viernes, 14 de marzo de 2008

"Literatura infantil," Enciclopedia Microsoft® Encarta® Online 2007http://es.encarta.msn.com © 1997-2007 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos. © 1993-2007 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
(Material reproducido para fines pedagógicos)



5
Siglos XX Y XXI. Esplendor del libro infantil

La literatura infantil adquirió, por fin, su autonomía en el siglo XX. La psicología del niño, sus intereses y sus vivencias son tenidas en cuenta por los escritores, que elaboran mucho más sus personajes, les dotan de vida interior y les hacen crecer a lo largo de la obra.

Con las corrientes alternativas a la educación formal, impulsadas por pedagogos como Ivan Illich, Maria Montessori, Jean Piaget o Paulo Freire, así como las aportaciones de la psicología infantil que considera al niño como un ser en desarrollo que vive la socialización en su momento más intenso, los libros infantiles cobraron una nueva dimensión: la de facilitar la adaptación al mundo real por medio de la lectura creadora. No se trata, pues, de acelerar el proceso de desarrollo ofreciendo a los más jóvenes información, sino de situarse en su nivel cognitivo para que puedan incorporar y asimilar mejor las circunstancias en las que viven. Ya decía François Rabelais: “El niño no es un vaso que hay que llenar, sino un fuego que al alimentarlo crece”.

Así pues, desde este punto de vista, se puede decir que la literatura infantil de estos años no diferencia temas ni géneros literarios o estilos específicos infantiles, sino simplemente, puntos de vista narrativos, que suelen ser dos fundamentales: el fantástico y el realista. Desde la fantasía pretende desarrollar la imaginación infantil para que, con el distanciamiento que proporciona el género, se pueda entender mejor la cotidianidad o fantasear sobre ella. A esta tendencia pertenecerían los cuentos de hadas, los relatos fantásticos, la ciencia ficción y la mayoría de los cuentos tradicionales. La tendencia realista es la más diversificada por la gran variedad de situaciones y tratamientos que encierra. El realismo acerca el mundo de una manera literaria, es decir, artística, y, por lo tanto, universal, a unos lectores que tendrán que utilizar su imaginación para captar situaciones nuevas, vivirlas y aprender de ellas, gozando con lágrimas o risas. En esta tendencia se incluyen las novelas de aventuras, históricas, de viajes, de la vida cotidiana, novelas que tratan graves conflictos —incluso violentos— en cualquier ámbito y circunstancia (la familia y la escuela, la crisis emocional y vital, las minusvalías psíquicas y físicas, el hambre, la guerra, etc.) con héroes y antihéroes, y hasta con personajes y situaciones idealizadas o humorísticas.

Algunos de los primeros ejemplos de literatura infantil del siglo XX fueron: Peter Pan (1904), de James M. Barrie, uno de los cuentos más famosos del mundo, que narra la historia del niño eterno, que no quiere crecer, habla con los animales, escucha a los elfos que viven en el parque y conoce el mundo secreto que se esconde tras la realidad; y El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, de la autora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de Literatura, que fue publicado en dos partes (1906-1907).

A principios de siglo, en Inglaterra, se publicaron tres libros interesantes: El viento en los sauces (1908), de Kenneth Grahame, es un espléndido libro sobre la naturaleza, que describe la vida de algunos animales a la orilla de un río; Winnie, the Pooh (Winnie de Puh, 1927), de A. A. Milne, que trata la relación tradicional entre un niño y su osito de felpa de una forma ingeniosa y llena de sensibilidad; y El doctor Dolittle y sus animales, de Hugh Lofting, una serie protagonizada por un doctor que cura a los animales mientras vive las más disparatadas y emocionantes aventuras.

A lo largo de este siglo fueron surgiendo personajes literarios que conectaron rápidamente con el público infantil y se convertirían en protagonistas de largas series de libros, como Los mumins, de la finlandesa Tove Jansson, seres fantásticos y minúsculos que actúan de forma alegre y alocada; Pippi medias-largas (1945), de Astrid Lindgren, uno de los héroes modernos de la literatura infantil: la niña libre, generosa y que nunca se aburre. Mary Poppins (1934), de Pamela Travers, fue el primer título de la serie que narraba las experiencias de una familia con cinco hijos al cuidado de una peculiar institutriz.

Algunos libros significaron un punto de referencia fundamental, tanto para los niños como para los adultos, como El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry, el piloto francés que murió en acción durante la II Guerra Mundial y que supo crear un personaje fascinante y poético, así como Marcelino Pan y Vino (1952), del escritor español José María Sánchez Silva, un cuento de raíces religiosas y características muy españolas, que se tradujo a muchas lenguas. Su autor mereció el Premio Andersen en 1968. Este premio, considerado como el Nobel de la literatura infantil, se creó en 1956 y supone un reconocimiento mundial para escritores e ilustradores.

Escritores como Gianni Rodari, premio Andersen de 1970, autor de Cuentos por teléfono (1960) y La gramática de la fantasía (1973); Michael Ende, con Momo (1973) y La historia interminable (1979), o Erich Kästner, autor de El 35 de mayo (1931), revolucionaron la literatura infantil con su creatividad y su fantasía.

En los años posteriores, numerosos escritores de todo el mundo supieron conectar con los gustos del público infantil y juvenil y llegaron a crear auténticos éxitos universales, como Enid Blyton (1900-1968), una prolífica autora que ha publicado más de cuatrocientos libros apreciados por niños de todo el mundo; la escritora sueca María Gripe, con la serie sobre Elvis Karlson; (1973); J.J. Sempé, autor del personaje conocido como el pequeño Nicolás, protagonista de una serie que gusta a niños y adultos; y A. Sommer-Bodenburg, con otra serie de único protagonista que alcanzó fama mundial, El pequeño vampiro.

Pero, en el gran mosaico de tendencias de la literatura infantil y juvenil, también hay escritores que se han acercado con realismo a los problemas de los adolescentes, como Judy Blume en ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret (1970); Susan E. Hinton en Rebeldes (1967) y La ley de la calle (1968), de las que hizo unas famosas películas Francis Ford Coppola en 1983, a pesar de que en algunos estados de Estados Unidos están prohibidas las obras de la autora; y Christine Nöstlinger, la gran intérprete de la tendencia antiautoritaria de la década de 1970, con muchas obras en su haber, entre las que destaca su novela Konrad, o el niño que salió de una lata de conservas (1977).

En este apartado, merecen también mención los escritores ingleses Sue Townsend, creadora del personaje de Adrian Mole; Terence Blacker, con las historias de Ms Wiz; Harry Horse, autor de Los últimos osos polares (1993); el irlandés Eoin Colfer, con su exitosa serie de Artemis Fowl, o la brasileña Ana Maria Machado, autora de Historia medio al revés (1979).

A principios de siglo XXI, el mercado infantil es uno de los más dinámicos del mundo editorial. Las lecturas escolares dejan paso a los libros de ocio, principalmente a las series. El ejemplo más destacable, es, sin duda, la obra de la escritora británica J.K. Rowling, autora de la serie de Harry Potter, convertida en best seller desde la publicación de su primer título, Harry Potter y la piedra filosofal, en 1997. En el total de siete libros que componen la serie se narran las aventuras de un niño mago y de sus amigos del colegio de magia y hechicería Hogwarts. Los libros han sido traducidos a más de sesenta idiomas, y las versiones cinematográficas que se han realizado han colaborado a su enorme éxito mundial. Muchos críticos y educadores consideran que uno de los mayores valores de la autora ha sido la de incitar a la lectura a los más jóvenes.

En un mundo dominado por los medios audiovisuales, en estos años se produce también un auge del álbum ilustrado: la creatividad de los ilustradores se une a textos de gran contenido, presentados en ediciones sumamente cuidadas y con formatos innovadores; es el caso de las obras de Rébecca Dautremer, como Princesas olvidadas o desconocidas (2004). En relación con esta idea visual, los libros infantiles se vuelven originales, espectaculares, animados… creados para leer con los cinco sentidos.
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4
Siglo XIX. Descubrimiento del niño


A comienzos del siglo XIX, el romanticismo y su exaltación del individuo favorecieron el auge de la fantasía. Numerosos autores buscaron en la literatura popular su fuente de inspiración y rastrearon en los lugares más remotos de sus respectivos países antiguas leyendas que recuperaron para los niños. Así surgieron a principios de este siglo grandes escritores que se convertirían con el paso de los años en clásicos de la literatura infantil.

Jacob y Wilhelm Grimm, escribieron sus Cuentos para la infancia y el hogar (1812-1822), en los que aparecen personajes que se harían famosos en todo el mundo: Pulgarcito, Barba Azul, Blancanieves... o Cenicienta y Caperucita, que ya se conocían en la versión de Perrault del siglo anterior.

Hans Christian Andersen fue el gran continuador de la labor de los hermanos Grimm. Sus Cuentos para niños (1835) gozaron de un éxito impresionante, y no dejó, durante toda su vida, de publicar cuentos en los que conjugaba su sensibilidad para tratar los sentimientos de los más variados personajes —La sirenita, El patito feo, El soldadito de plomo, La vendedora de fósforos y tantos otros— con la más alta calidad literaria.

España se incorporó algo más tarde a esta corriente de literatura popular. Cecilia Böhl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero (1796-1877), es una de las primeras personas que se preocupa por la literatura infantil en este país. Recogió el folclore infantil y leyendas y cuentos populares y los fue publicando en un periódico para niños. En 1874 publicó la colección completa con el título Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares e infantiles. Alentado por Fernán Caballero, el padre Coloma (1851-1915) publicó la colección de cuentos para niños Lecturas recreativas (1884); entre ellos se encuentra el famoso Ratón Pérez, que se inspira en la leyenda popular. También escribió una novela histórica muy didáctica e idealizada, dirigida a los niños, Jeromín, sobre la infancia de don Juan de Austria y que supuso una manera nueva de contar la historia con fines claramente didácticos.

En 1876 se creó la editorial de Saturnino Calleja, de fundamental trascendencia para la literatura infantil española. Calleja editó casi todo lo que se escribía para los niños en el mundo: son los famosos Cuentos de Calleja, en colores, con ilustraciones y a precios muy asequibles. Divulgó los cuentos de Las mil y una noches, Los viajes de Gulliver o Las aventuras de Robinson Crusoe, entre otros muchos libros famosos. Además contó con los mejores ilustradores y autores de la época, como Salvador Bartolozzi.

La ávida respuesta de los niños a mitos y cuentos de hadas hizo suponer que sus mentes poseían una ilimitada capacidad de imaginación y que podían pasar sin ninguna dificultad de la realidad a la fantasía. Edward Lear, el iniciador del nonsense o literatura del absurdo, fue uno de los primeros autores en apreciarlo. Pero la suprema combinación de fantasía y humor la aportó Lewis Carrol en su Alicia en el país de las maravillas (1865). La popularidad de esta obra se debe a que bajo su fantasía late una profunda percepción psicológica unida a una lógica que sólo un matemático como Carrol, que fuera a la vez un gran escritor, podría utilizar de forma tan atractiva.

Oscar Wilde continuó la tradición romántica de los cuentos de hadas con sus obras El príncipe feliz, El gigante egoísta y El ruiseñor y la rosa, entre otros. En la segunda mitad del siglo XIX se afianzó la novela de viajes y aventuras al aparecer los grandes cultivadores de este género. Robert Louis Stevenson (1850-1887) escribe La isla del tesoro (1883), que se convertiría con el tiempo en un clásico de marinos y piratas. Rudyard Kipling (1865-1936) publicó El libro de la selva (1894), la historia de un niño indio criado en la selva entre animales salvajes, que ha tenido un éxito inmenso. Jules Verne (1828-1905) inicia sus novelas científicas que adelantan el futuro: El viaje de la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino o Viaje al centro de la Tierra.

De este modo, el siglo XIX, que había comenzado su andadura poniendo al alcance de los niños un mundo mágico poblado de duendes, hadas, fantasmas y brujas, terminó ofreciéndoles una literatura que se beneficia e incluso anticipa los adelantos científicos de la época.

En los Estados Unidos Mark Twain (1835-1910) publicó Las aventuras de Tom Sawyer (1876), que narra las travesuras de un niño corriente, que se aleja mucho de la imagen de niño modelo que preconizaba la literatura infantil hasta este momento.

E. T. A. Hoffmann (1776-1822) escribió Cuentos fantásticos en los que lo extraordinario se une a lo maravilloso como en El cascanueces o El cántaro de oro.

Otro de los grandes protagonistas de la literatura infantil universal aparece también por esas fechas, Pinocho (1883), del escritor italiano Carlo Collodi (1826-1890), un muñeco de madera que termina convirtiéndose en un niño de carne y hueso, como símbolo de la evolución hacia la toma de conciencia por parte del niño. Collodi consiguió un personaje atractivo y universal que adelantaba las nuevas tendencias de la literatura infantil del siglo XX.

LITERATURA INFANTIL. Desde la Edad Media al S. XVIII

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1
Introducción


Literatura infantil, término que engloba diferentes géneros literarios: ficción, poesía, biografía, historia y otras manifestaciones literarias, como fábulas, adivinanzas, leyendas, poemas y cuentos de hadas y tradicionales de transmisión oral. La literatura infantil apareció como forma o género independiente de la literatura en la segunda mitad del siglo XVIII y se ha desarrollado de forma espectacular en el siglo XX.


2.
Edad media y renacimiento. Inicios del libro y didactismo


En esta época eran pocos los adultos y niños que tenían acceso a los libros y la lectura. Leer era un privilegio. La cultura se hallaba recluida en palacios y monasterios, y los pocos libros a los que se tenía acceso estaban marcados por un gran didactismo que pretendía inculcar buenas costumbres y creencias religiosas. Es de suponer que en esta época los niños oirían con gusto poesías, cuentos y cuentos tradicionales que no estaban, en principio, pensados para el público infantil.

En un estadio tan primitivo de la literatura no es de extrañar que niños y adultos escucharan las mismas cosas y tuvieran las mismas lecturas, como las Cantigas de Alfonso X el Sabio (1252-1284), o un siglo más tarde El Conde Lucanor o Libro de Patronio (1335), del infante don Juan Manuel, colección de cincuenta apólogos dirigida a niños y adultos. Este mismo autor escribió el Libro de los estados o libro del infante, también de tipo didáctico.

Los escasos libros para niños que existían en esta época eran abecedarios, silabarios, bestiarios o catones (los libros llenos de sentencias que seguían a los abecedarios) que contenían normas de comportamiento social y religioso.

La influencia del mundo antiguo oriental dominó gran parte de la edad media. Ramón Llull (1232-1316) compuso el Llibre de les besties, y, pensando en los niños, un Ars puerilis dedicado a la educación de la infancia.

Como una muestra más de la preocupación por lo pedagógico y la intención moral que dominaba en esta época, se pueden citar los Proverbios del marqués de Santillana que escribió por encargo del rey Juan II para su hijo.

La invención de la imprenta puso en manos de los niños libros que hasta ese momento sólo se conocían por versiones orales. Uno de los primeros que se editó en España fue el Isopete historiado, en el año 1489. Se trataba de una traducción al castellano de las fábulas de Esopo, con grabados en madera. En la misma imprenta, la de Juan Hurus en Zaragoza, se editó en 1493 una versión del Calila e Dimna, el Exemplario contra los engaños y peligros del mundo, que avisa en su prólogo que se trata de un libro tanto para adultos como para los niños.

Numerosas cartillas y abecedarios debieron de imprimirse en esta época, así como adaptaciones de los libros sagrados, como el Antiguo Testamento para los niños, de Hans Holbein (1549).

3
Siglos XVII y XVIII. Comienza la fantasía
El descubrimiento del mundo antiguo sacó a la luz numerosas fábulas de la Antigüedad, y junto a traducciones de Esopo aparecieron nuevos creadores: en España, Sebastián Mey, Fabulario de cuentos antiguos y nuevos (1613), que reúne una colección de 57 fábulas y cuentos que terminan con un dístico moralizador, y en Francia Jean de La Fontaine, autor de las Fábulas.

En Alemania se edita en 1658 el Orbis Sensualium Pictus, del monje y pedagogo Comenio. Este libro en imágenes se considera revolucionario dentro de la literatura infantil. Se publicó en cuatro idiomas, latín, alemán, italiano y francés y cada palabra llevaba su correspondiente dibujo. Se trata de un libro de concepción muy moderna que defiende la coeducación y el jardín de infancia.
Charles Perrault (1628-1703) publicó en Francia sus Cuentos del pasado (1697), en los que reúne algunos relatos populares franceses. Estos cuentos, que subtitula Cuentos de mamá Oca, recogen relatos populares franceses y también la tradición de leyendas célticas y narraciones italianas. Piel de asno, Pulgarcito, El gato con botas, La Cenicienta y Caperucita Roja aparecen en esta obra y al final de cada uno añade una moraleja. Con estos cuentos maravillosos Perrault introdujo y consagró “el mundo de las hadas” en la literatura infantil.

Siguiendo las huellas de Perrault, Madame D’Aulnoy (1650-1705) escribió cuentos como El pájaro azul o El príncipe jabalí.

Madame Leprince de Beaumont (1711-1780) escribió más tarde El almacén de los niños (1757), un volumen con diversos contenidos en el que se incluye una de las narraciones más hermosas de la literatura fantástica, La bella y la bestia.

Pero las narraciones que realmente triunfaron en toda Europa fueron las de Las mil y una noches, que se tradujeron al francés en once tomos entre 1704 y 1717. En 1745, John Newbery abrió en Londres la primera librería y editorial para niños, La Biblia y el Sol, y editaron gran número de obras. En 1751 lanzó la primera revista infantil del mundo: The Lilliputian Magazine. En España, la primera revista infantil se publicó en 1798: La Gaceta de los Niños. En Inglaterra aparecieron dos libros de gran trascendencia: el Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe (1660-1731) y Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift (1667-1745). La intensa actividad intelectual del siglo XVIII benefició también al niño, ya que a partir de este momento, y gracias al pensador francés Jean-Jacques Rousseau, se dejó bien claro en su Emilio (1762) que la mente de un niño no es como la de un adulto en miniatura, sino que debe ser considerada según características propias.

Los filósofos y pensadores de la época comenzaron a considerar que el niño necesitaba su propia literatura, por supuesto con fines didácticos, y en España Tomás de Iriarte (1750-1791) escribió unas Fábulas literarias (1782) por encargo del ministro Floridablanca, y Félix Mª Samaniego (1745-1801) publicó sus Fábulas morales (1781).


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miércoles, 5 de marzo de 2008

FONDO NACIONAL DE FOMENTO DEL LIBRO Y LA LECTURA 2008

POSTULAMOS EL

"2do ENCUENTRO DE AUTORES EN
LA PATAGONIA EN TORNO AL
LIBRO Y CUENTO INFANTIL
PARA EL PERFECCIONAMIENTO DE LA PROMOCIÓN DE LA LECTURA"
EL CONSEJO NACIONAL NOS ESCUCHE....
Y LOS JURADOS NOS APRUEBEN....
Y como dijo Víctor Carvajal:
"Este proyecto que estamos apoyando
es una semilla que no podemos
dejar que se muera"
en La Prensa Austral -11 de octubre de 2007

lunes, 3 de marzo de 2008