(Material reproducido para fines pedagógicos)
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Siglos XX Y XXI. Esplendor del libro infantil
La literatura infantil adquirió, por fin, su autonomía en el siglo XX. La psicología del niño, sus intereses y sus vivencias son tenidas en cuenta por los escritores, que elaboran mucho más sus personajes, les dotan de vida interior y les hacen crecer a lo largo de la obra.
Con las corrientes alternativas a la educación formal, impulsadas por pedagogos como Ivan Illich, Maria Montessori, Jean Piaget o Paulo Freire, así como las aportaciones de la psicología infantil que considera al niño como un ser en desarrollo que vive la socialización en su momento más intenso, los libros infantiles cobraron una nueva dimensión: la de facilitar la adaptación al mundo real por medio de la lectura creadora. No se trata, pues, de acelerar el proceso de desarrollo ofreciendo a los más jóvenes información, sino de situarse en su nivel cognitivo para que puedan incorporar y asimilar mejor las circunstancias en las que viven. Ya decía François Rabelais: “El niño no es un vaso que hay que llenar, sino un fuego que al alimentarlo crece”.
Así pues, desde este punto de vista, se puede decir que la literatura infantil de estos años no diferencia temas ni géneros literarios o estilos específicos infantiles, sino simplemente, puntos de vista narrativos, que suelen ser dos fundamentales: el fantástico y el realista. Desde la fantasía pretende desarrollar la imaginación infantil para que, con el distanciamiento que proporciona el género, se pueda entender mejor la cotidianidad o fantasear sobre ella. A esta tendencia pertenecerían los cuentos de hadas, los relatos fantásticos, la ciencia ficción y la mayoría de los cuentos tradicionales. La tendencia realista es la más diversificada por la gran variedad de situaciones y tratamientos que encierra. El realismo acerca el mundo de una manera literaria, es decir, artística, y, por lo tanto, universal, a unos lectores que tendrán que utilizar su imaginación para captar situaciones nuevas, vivirlas y aprender de ellas, gozando con lágrimas o risas. En esta tendencia se incluyen las novelas de aventuras, históricas, de viajes, de la vida cotidiana, novelas que tratan graves conflictos —incluso violentos— en cualquier ámbito y circunstancia (la familia y la escuela, la crisis emocional y vital, las minusvalías psíquicas y físicas, el hambre, la guerra, etc.) con héroes y antihéroes, y hasta con personajes y situaciones idealizadas o humorísticas.
Algunos de los primeros ejemplos de literatura infantil del siglo XX fueron: Peter Pan (1904), de James M. Barrie, uno de los cuentos más famosos del mundo, que narra la historia del niño eterno, que no quiere crecer, habla con los animales, escucha a los elfos que viven en el parque y conoce el mundo secreto que se esconde tras la realidad; y El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, de la autora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de Literatura, que fue publicado en dos partes (1906-1907).
A principios de siglo, en Inglaterra, se publicaron tres libros interesantes: El viento en los sauces (1908), de Kenneth Grahame, es un espléndido libro sobre la naturaleza, que describe la vida de algunos animales a la orilla de un río; Winnie, the Pooh (Winnie de Puh, 1927), de A. A. Milne, que trata la relación tradicional entre un niño y su osito de felpa de una forma ingeniosa y llena de sensibilidad; y El doctor Dolittle y sus animales, de Hugh Lofting, una serie protagonizada por un doctor que cura a los animales mientras vive las más disparatadas y emocionantes aventuras.
Siglos XX Y XXI. Esplendor del libro infantil
La literatura infantil adquirió, por fin, su autonomía en el siglo XX. La psicología del niño, sus intereses y sus vivencias son tenidas en cuenta por los escritores, que elaboran mucho más sus personajes, les dotan de vida interior y les hacen crecer a lo largo de la obra.
Con las corrientes alternativas a la educación formal, impulsadas por pedagogos como Ivan Illich, Maria Montessori, Jean Piaget o Paulo Freire, así como las aportaciones de la psicología infantil que considera al niño como un ser en desarrollo que vive la socialización en su momento más intenso, los libros infantiles cobraron una nueva dimensión: la de facilitar la adaptación al mundo real por medio de la lectura creadora. No se trata, pues, de acelerar el proceso de desarrollo ofreciendo a los más jóvenes información, sino de situarse en su nivel cognitivo para que puedan incorporar y asimilar mejor las circunstancias en las que viven. Ya decía François Rabelais: “El niño no es un vaso que hay que llenar, sino un fuego que al alimentarlo crece”.
Así pues, desde este punto de vista, se puede decir que la literatura infantil de estos años no diferencia temas ni géneros literarios o estilos específicos infantiles, sino simplemente, puntos de vista narrativos, que suelen ser dos fundamentales: el fantástico y el realista. Desde la fantasía pretende desarrollar la imaginación infantil para que, con el distanciamiento que proporciona el género, se pueda entender mejor la cotidianidad o fantasear sobre ella. A esta tendencia pertenecerían los cuentos de hadas, los relatos fantásticos, la ciencia ficción y la mayoría de los cuentos tradicionales. La tendencia realista es la más diversificada por la gran variedad de situaciones y tratamientos que encierra. El realismo acerca el mundo de una manera literaria, es decir, artística, y, por lo tanto, universal, a unos lectores que tendrán que utilizar su imaginación para captar situaciones nuevas, vivirlas y aprender de ellas, gozando con lágrimas o risas. En esta tendencia se incluyen las novelas de aventuras, históricas, de viajes, de la vida cotidiana, novelas que tratan graves conflictos —incluso violentos— en cualquier ámbito y circunstancia (la familia y la escuela, la crisis emocional y vital, las minusvalías psíquicas y físicas, el hambre, la guerra, etc.) con héroes y antihéroes, y hasta con personajes y situaciones idealizadas o humorísticas.
Algunos de los primeros ejemplos de literatura infantil del siglo XX fueron: Peter Pan (1904), de James M. Barrie, uno de los cuentos más famosos del mundo, que narra la historia del niño eterno, que no quiere crecer, habla con los animales, escucha a los elfos que viven en el parque y conoce el mundo secreto que se esconde tras la realidad; y El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, de la autora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de Literatura, que fue publicado en dos partes (1906-1907).
A principios de siglo, en Inglaterra, se publicaron tres libros interesantes: El viento en los sauces (1908), de Kenneth Grahame, es un espléndido libro sobre la naturaleza, que describe la vida de algunos animales a la orilla de un río; Winnie, the Pooh (Winnie de Puh, 1927), de A. A. Milne, que trata la relación tradicional entre un niño y su osito de felpa de una forma ingeniosa y llena de sensibilidad; y El doctor Dolittle y sus animales, de Hugh Lofting, una serie protagonizada por un doctor que cura a los animales mientras vive las más disparatadas y emocionantes aventuras.
A lo largo de este siglo fueron surgiendo personajes literarios que conectaron rápidamente con el público infantil y se convertirían en protagonistas de largas series de libros, como Los mumins, de la finlandesa Tove Jansson, seres fantásticos y minúsculos que actúan de forma alegre y alocada; Pippi medias-largas (1945), de Astrid Lindgren, uno de los héroes modernos de la literatura infantil: la niña libre, generosa y que nunca se aburre. Mary Poppins (1934), de Pamela Travers, fue el primer título de la serie que narraba las experiencias de una familia con cinco hijos al cuidado de una peculiar institutriz.
Algunos libros significaron un punto de referencia fundamental, tanto para los niños como para los adultos, como El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry, el piloto francés que murió en acción durante la II Guerra Mundial y que supo crear un personaje fascinante y poético, así como Marcelino Pan y Vino (1952), del escritor español José María Sánchez Silva, un cuento de raíces religiosas y características muy españolas, que se tradujo a muchas lenguas. Su autor mereció el Premio Andersen en 1968. Este premio, considerado como el Nobel de la literatura infantil, se creó en 1956 y supone un reconocimiento mundial para escritores e ilustradores.
Escritores como Gianni Rodari, premio Andersen de 1970, autor de Cuentos por teléfono (1960) y La gramática de la fantasía (1973); Michael Ende, con Momo (1973) y La historia interminable (1979), o Erich Kästner, autor de El 35 de mayo (1931), revolucionaron la literatura infantil con su creatividad y su fantasía.
En los años posteriores, numerosos escritores de todo el mundo supieron conectar con los gustos del público infantil y juvenil y llegaron a crear auténticos éxitos universales, como Enid Blyton (1900-1968), una prolífica autora que ha publicado más de cuatrocientos libros apreciados por niños de todo el mundo; la escritora sueca María Gripe, con la serie sobre Elvis Karlson; (1973); J.J. Sempé, autor del personaje conocido como el pequeño Nicolás, protagonista de una serie que gusta a niños y adultos; y A. Sommer-Bodenburg, con otra serie de único protagonista que alcanzó fama mundial, El pequeño vampiro.
Pero, en el gran mosaico de tendencias de la literatura infantil y juvenil, también hay escritores que se han acercado con realismo a los problemas de los adolescentes, como Judy Blume en ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret (1970); Susan E. Hinton en Rebeldes (1967) y La ley de la calle (1968), de las que hizo unas famosas películas Francis Ford Coppola en 1983, a pesar de que en algunos estados de Estados Unidos están prohibidas las obras de la autora; y Christine Nöstlinger, la gran intérprete de la tendencia antiautoritaria de la década de 1970, con muchas obras en su haber, entre las que destaca su novela Konrad, o el niño que salió de una lata de conservas (1977).
En este apartado, merecen también mención los escritores ingleses Sue Townsend, creadora del personaje de Adrian Mole; Terence Blacker, con las historias de Ms Wiz; Harry Horse, autor de Los últimos osos polares (1993); el irlandés Eoin Colfer, con su exitosa serie de Artemis Fowl, o la brasileña Ana Maria Machado, autora de Historia medio al revés (1979).
A principios de siglo XXI, el mercado infantil es uno de los más dinámicos del mundo editorial. Las lecturas escolares dejan paso a los libros de ocio, principalmente a las series. El ejemplo más destacable, es, sin duda, la obra de la escritora británica J.K. Rowling, autora de la serie de Harry Potter, convertida en best seller desde la publicación de su primer título, Harry Potter y la piedra filosofal, en 1997. En el total de siete libros que componen la serie se narran las aventuras de un niño mago y de sus amigos del colegio de magia y hechicería Hogwarts. Los libros han sido traducidos a más de sesenta idiomas, y las versiones cinematográficas que se han realizado han colaborado a su enorme éxito mundial. Muchos críticos y educadores consideran que uno de los mayores valores de la autora ha sido la de incitar a la lectura a los más jóvenes.
En un mundo dominado por los medios audiovisuales, en estos años se produce también un auge del álbum ilustrado: la creatividad de los ilustradores se une a textos de gran contenido, presentados en ediciones sumamente cuidadas y con formatos innovadores; es el caso de las obras de Rébecca Dautremer, como Princesas olvidadas o desconocidas (2004). En relación con esta idea visual, los libros infantiles se vuelven originales, espectaculares, animados… creados para leer con los cinco sentidos.
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